28.2.03

Hoy me enteré de que Aute viene a Chicali... qué lindo qué lindo. Sólo me queda una duda: ¿organizarán el concierto en el aula magna de alguna facultad? Espero. Sería muy feo que todos se vayan al circo y me quede yo, con otros 10, escuchando en una sala para 300 personas. Sería muy feo y lógico en este lugar. Lo lindo sería que se fueran todos y estuviéramos solos don Aute y yo. Se que no va a suceder, mejor dicho, contamos con todos aquellos que fingen para que cumplan su función de relleno.
Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda y la derecha me la corté para este usuario.
La cabeza conectada al cuello conectado a los hombros conectados a los brazos-manos-dedos conectados al tronco conectado a la cadera conectada a los muslos conectados a las rodillas conectadas a las pantorrillas, conectadas a los tobillos conectados a los pies conectados a la soga conectada al gancho conectado al techo de esta bodega inmunda donde me desangro.

27.2.03

tengo sueño... me acordé de una película... mexicana vieja... película, no chiste... decía un tipo "¿cómo que se murió si me debía?" Pronto tendré que hablar del muerto. Es muy pronto. Un día tendré que hablar del muerto.
Implosión

Apenas subí al autobús presentí la desgracia del viaje. La redondez de mi cuerpo y el de Madre harían penoso acomodarse en aquellos asientos fabricados pensando en el mexicano promedio (bajito, flaquito). El dolor en las rodillas clavadas contra el respaldo del asiento delantero se sumaría a los esfuerzos. No hay remedio, mis piernas largas no tienen acomodo en este país. ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido bonita, en el norte y de norteños? ¡A la víbora de la mar con los mediosmetros!

Había tres pares de asientos desocupados. Terminé de apostillar con Madre la boda (evento que nos había forzado a trepar en ese inmundo transporte), me mudé a los asientos contiguos y estuve libre de la bolsa de ixtle que mis tías habían llenado con toda devoción.

La bolsa acaparaba la mitad del espacio para las piernas con su panza de coricos, chilorio, chorizo, machaca y “queso de rancho”. Qué chistosos estos rancheros. ¿Qué más? Somos obsesos de la taxonomía y según ellos no son los últimos en la cadena. Mi carro… preferiría manejar que estarle haciendo piojito al tipo de enfrente.

En la pantalla una película de niños futboleros. Madre roncaba a diez minutos de iniciada la función. Retén: inspección fitosanitaria. La desperté para que protegiera el cargamento. Bajé del camión según se me ordenó. Madre desempeñaba su papel de mujer dormida con chamarra negra cubriéndole las piernas hasta los pies. Se me heló la nariz y sentí nostalgia por mi chamarra que descansaba apaciblemente sobre el asiento del camión. Paisaje: matorrales, soldados, mesa larga como para autopsia, expendio de bebidas no-alcohólicas, chatarra comestible, et al.


No había tomado Tonicol y merqué uno para Madre y otro para mí. Viaje anterior: toda la familia montada en una mini van. Eran los días en que buscaba un teléfono en cada parada para hablarle al novio. Ahora resultaba extraño que lo llamara una vez por semana: son demasiados años, ya no es lo mismo, las relaciones cambian, cuando nos casemos quizá…

Volví para descubrir que los co-pasajeros trepaban de nuevo. El cargamento estaba a salvo, le entregué el Tonicol a Madre y me arrepollé de nuevo en el no-mullido asiento. Dejé el Tonicol para más tarde. Fue un error, lo acepto: una no es adivina. Siguió la película (qué cosa tan espantosa) y el camino, hasta Obregón.
La estación de Obregón me dio miedo desde que me acuerdo hasta que murió Nana y dejamos de viajar a Sinaloa cada seis meses. Parecía extraña e inmensa, ahora es solo extraña. Vagamos por 15 puestos buscando comida recién hecha pero había un contubernio y sólo vendían tortas y burritos empaquetados. Ni modo: licuados. Compramos tres revistas, unos tostitos con queso derretido y una segunda ronda de licuados.

Peleaba con el cable de los audífonos que traía en el cuello, la bolsa ansiosa por caer al vacío, del hombro, y los tostitos con queso derretido en la mano, parada dos pasos antes de la salida al andén cuando escuché los gritos de Madre: “¡No está! ¡El méndigo camión no está!” Vaya, y encima estos tostitos no tienen todo el queso que requiere la ocasión. Vamos a buscar, quizá esté por ahí. Caminamos al lugar del descenso, recorrimos la hilera de autobuses estacionados: ni el humo. Qué pesada ésta bolsa, ¿pues qué le eché?
Madre gritaba mientras hacíamos el recorrido, yo me esmeraba con los tostitos, alternando esa actividad con la interrogante de si se había ido el camión o jugaba a las escondidas. Encontramos dos camiones de la misma línea estacionados casi al final del andén. Dos empleados hablaban sobre las acciones de Telmex antes de que Madre disparara un “nos dejó, se fue y se llevó el chilorio, ¿qué vamos a hacer?” Una de ellos veía a Madre con los ojos tan abiertos que fácil le hubieran podido echar gotas, como si abriendo los ojos fuera a captar algo de lo que le decían.

Interrumpí mi labor alimenticia y expliqué con toda calma la situación, número de autobús incluso. La mujer nos condujo a la so called oficina: un cuarto de 2 por 2 que guardaba un escritorio con vista a la sala principal de la central, una malmodienta sujeta y varios choferes. Madre seleccionó a uno para gritar de nuevo éste sí comprendió, así que ingerí otro tostito. El chofer exhortaba a la calma; Madre manoteba ondeando las revistas que traía en la mano.

Teléfono: el desalmado chofer adandonador se reportaba no se había percatado de nuestra ausencia. Claro, como estamos tan chiquitas y menuditas ni nos notamos. La malmodienta le pasó la bocina a Madre que dijo tres palabras, crispó el rostro y pasó de regreso la bocina. “¡Me calló!” La solución fue que unos choferes ofrecidos nos llevaran hasta un punto en el que pudiéramos trasbordar al camión original. “Pero ¿dónde?” Por ahí, por ahí.
Salimos al andén. Me abochornó la presteza con que se acabaron mis tostitos. Madre lanzaba alaridos mencionando a la progenitora del desalmado chofer (a.k.a. méndigo viejo pendejo) y rebautizaba a la malmodienta con el apelativo “pinche vieja mula”. Después de limpiarme cuidadosamente los dedos pulgar e índice con la lengua, dije a Madre que se calmara, que nos llevarían, que alcanzaríamos el camión y que el chilorio estaría bien. Se calló después de mencionar solo una vez más al médigo viejo pendejo y a la pinche vieja mula.

El ofrecido salió después de varios minutos para indicarnos en qué corcel subir. Madre había flexionado la pierna, elevádola había para pisar el escalón ; pero retornó a la perorata “¿dónde nos van a dejar? ¿y mis cosas?” Subí y acomodé el caboose junto al pasajero más amistoso que hube conocido. Escuché comentarios sobre la película y preguntas sobre mi destino. Pues morirme, ¿no? Volteé buscando a Madre que a su vez volteaba hacia fuera. Lloraba. Y este enfadoso ¿qué culpa tengo yo de que le den miedo las películas de vampiros? Todos tienen miedo. Unos temen a los vampiros de plástico, otros a los cuernos o a los sudamericanos, ¿de dónde sacó que me iba a largar con un sudamericano? No sería desagradable, pero no conozco ninguno. El autobús se detuvo y unos minutos después el ofrecido gritó “señoras, vengan ¡los alcanzamos!” Nos levantamos a la voz de ¡újule!

Caminamos medio kilómetro de autobuses en espera de revisión. El méndigo viejo pendejo estaba haciendo guardia al lado de su camión, Madre ni lo volteó a ver, subió y ya se hacía abrazando la bolsa pero unos menganos sin uniforme ni identificación oficial destornillaban el guardaequipaje justo encima de nuestros asientos.

¿Ya ves? Ni media hora tardamos en alcanzarlos ¿para qué te enfermas por algo que no puedes controlar? El desalmado estaba ahora detrás de nosotras y decía a Madre que ya había llegado, por qué se altera y demás cositas. Tuve el impulso de esquivar el golpe que Madre mentalmente asestaba al desalmado pero me contuve.
Nos sentamos: el cargamento está completo. ¡Me lleva! El Tonicol ¿dónde quedó?, ¿cuál de estos se tomó mi Tonicol?, ¿cuál? Madre dormía 5 minutos más tarde, intenté imitarla pero un dolor se instaló. Vuelta para acá, vuelta para allá, derechita, doblada, de pechito. Nada de sueño, embotellamiento de pensamientos: voy a llegar y va a estar esperando, ¡qué hartera! No, ¡y el carro en el taller porque mi hermanito lo descompuso! Tengo trabajo atrasado y se me hace que este queso ya se orinó porque huele feo ¿fui yo? No ¿o sí? ¿la india María a las 5 de la mañana? Se me olvidó el jabón y el acondicionador en el baño.

Llegamos antes de las nueve. No nos esperaba nadie; llamamos un taxi. El maldito dolor. En la casa todos dormían. Mamá Grande abrió la puerta. No supe ni de la grande ni de la chica, me encerré en el cuarto y me acosté. El dolor se fue como llegó y me dormí.

Diez horas más tarde la Mamá Grande estaba preocupada y fue a despertarla para que comiera algo. Nada. Fue Madre, la jalonearon entre ambas. Nada. Padre entró cuando escuchó los gritos, participó en el jaloneo. Nada. Signos vitales. Nada. Un colombiano excéntrico que bailaba chistoso y además había estudiado medicina confirmó el asunto.
¿Ya qué? Estaba un poco harta de todo, odiaba a dos de cada tres personas, no desahogaba el estrés sino lo tragaba, fumaba mucho, comía mucho muchas porquerías; además me iba a casar con un vil IE. Me tardé en reventar. La pregunta es por qué estoy contando esto si reventé. A mí no me hables, tú te quisiste morir. No, ¿yo cuándo? ¿No? No.Ya pues.

Desperté al día siguiente, desayuné chicharrón con harto chile verde, me fumé un cigarro y fui muy feliz visitando a toda la gente-ornato que conozco. Gracias.

25.2.03

Sucede a veces que veo la puerta del cuarto y no se si intentar traspasarla o quedarme viéndola, por si se deshace. No, no pasa nada y sigo sentada sin entender para qué respiro y por qué ese vado entre mi percepción y las cosas que me rodean (incluido mi cuerpo).
Habrá que leer cuántos idiotas se estrellaron, cuántos postes cometieron suicidio, cuántos pobres perros contrajeron neumonía. Qué bien, ya tengo algo que hacer.

24.2.03

La verdad no le entiendo al asunto. De alguna forma tuve a bien hacer el primero... ahora escribo y no estoy segura de que suceda algo. Soy dócil y pendeja ¿que no tengo algo pendiente? ¿Será que renuncio a ver, oir y oler adolescentes y me quedo clavada investigando qué carajos significa toda esta barra con muñequitos, cuadritos, pins, screens y madreceens?
Abril ¿por qué me induces al mal?